Yo lo amaba y también sabía que se iba a romper. Pero la levedad de la posmodernidad arrasa con todo. Aunque queramos ocultarlo, evadirlo, se va a terminar… cuando el amor se termina, el paso siguiente es la costumbre, la rutina suicida de esperar quién toma la decisión.
Yo lo notaba raro, ya no me recibía bien cuando volvía del trabajo. Me evitaba.
No entendía, uno jamás entiende cuando es el sujeto dejado. Poco a poco. Intenté romper la rutina, salimos a la plaza, paseábamos. Intentos.
Pero esto es la historia de una agonía, de un final irremediable. Cuando comía yo lo miraba, él sólo se centraba en alimentarse. ¿Sabía que estaba allí? ¿Entendía todo lo que había hecho yo por él?
Intenté remarla, se me rompía el corazón, pero la luche. Puedo decirlo. Sí, tenía sentimiento encontrados, yo no había hecho nada malo. Trataba de ser cariñosa, lo abrazaba cada vez que podía, lo tocaba. Él estaba inerte, como no teniendo más remedio que soportar esa situación que le parecía desagradable.
Lo escuché llorar por la noche. Pero no de angustia, lloraba y se quejaba de dolor.
Fui con él al médico. Tal vez como última muestra de amor, como una despedida.
Entro sólo al consultorio.
Esperé.
El médico salió luego de unos minutos y me dijo:
Señora, su perro tiene un hueso de pollo atravesado en el esófago, ¿no lo notaba raro?
No me gusto que le dijera “perro”, era mucho más que eso.
Carlo Magno